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Mucha gente llega a Coyhaique y decide caminar por el centro y sus alrededores cercanos, para luego comenzar rumbo a otras localidades. Nosotros también éramos parte de aquello. Pero, gracias a que siempre , al lugar que voy, entablo conversación con las personas que viven en él . Pues bien, ahora no fue la excepción, conversé con el conductor del transfer que nos llevaba del aeropuerto de Balmaceda a Coyhaique y por supuesto el me dio el dato de don Alexis, operador turístico. Don Alexis resultó, ser una persona cálida, amigable, conocedora de su ciudad y alrededores y lo más importante no dejarte con las ganas de conocer , aún cuando nadie más requiera de sus servicios. El es un emprendedor que da gusto y es capaz de "inventarte un tour de la nada" y sólo para dos personas. Pues bien eso hicimos lo llamamos y por un precio bastante módico, nos llevó a admirar la" Ruta de las seis lagunas" . Comienza el tour bordeando el río Simpson, cruzamos el puente colgante y comenzamos a admirar una naturaleza sin par . Pudimos extasiarnos en cada uno de los lagos, el atravesado, la laguna verde, el lago claro, el lago Elizalde y otros tanto más, En cada uno de ellos paramos a admirar la vegetación y sus inmensas montañas que son nada más y nada menos que los vestigios de glaciares de miles de años que quedaron sobre la tierra dando muestras inagotable de la grandeza del Sur de Chile, Nos topamos con dos lugareños cerca de la laguna verde: una señora que paseaba con su perro para "acortar la tarde" como nos comentó, tranquila y sin pausa caminaba con ese paso cansino que sólo poseen aquellos que viven en y de la naturaleza. El otro fue un señor "aponchado" montado en su caballo que nos saludó agradado desde las alturas y desapareció como el suave viento que nos mecía. Nos topamos con liebres, cóndores, zorros, muchas reses y ovejas, además de bandurrias, chucaos y un sin fin de otras aves. El colorido de su flora es inigualable: Los ciruelillos estaban en flor (rojas y pequeñas) pero que lo adornan todo, la flor amarilla intensa del calafate, cipreses, mañíos y otras tantas especies del lugar. Las cascadas son varias, todas sin nombres así que bautizamos la nuestra, a cada vuelta te encuentras una que se hace camino por entre los enormes cerros hasta llegar a tus pies y entonces, uno respira profundo, agradece, se salpica de esa agua cristalina y obviamente toma una hermosa fotografía para la posteridad. El silencio de los hombres queda en el olvido, sólo se escucha el trepidar de las aguas, el trinar de los pájaros, el sacudir de hojas al viento, el balar de las ovejas el canto lejano de algún gallo perdido. Pura vida. Tranquilidad única, de esa que dan ganas de quedarse y no volver. Entonces te envuelves en una paz pura y cristalina en el entorno rural de Coyhaique.
